2.4.09

Asesino en serie de Indonesia lanza a la venta su CD



Al asesino en serie más célebre de Indonesia no le basta con la fama cosechada con sus horrendos crímenes. Verry Idham Henyansyah, más conocido como Ryan, quiere ser artista. Y aunque muera en el paredón y no en el escenario, quiere morir cantando. Como nunca es tarde si la dicha es buena, este mes de abril lanza a la venta su primer álbum, Mi última actuación.

Un título de humor negro, teniendo en cuenta que dentro de unos días se le dicta sentencia, muy probablemente una condena a ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento.


Ryan, un ex modelo que fue detenido en julio pasado, ha tenido tiempo desde entonces para crear una docena de canciones. Las ha grabado en la misma prisión, ya que, dada su fama, no ha tenido problemas en hallar discográfica. En estos días previos a la salida del disco, Ryan, de 31 años, deleita a sus compañeros del trullo y a los carceleros con melifluas interpretaciones en primicia de temas tan sentidos como Mamá, perdóname o Quítame esos grilletes.


Y lo hace ataviado de blanco y con la cabeza cubierta al modo musulmán de Indonesia. "Parece una estrella, con esa cara de ángel", exclama un presidiario súbitamente enternecido. El asesino pop tampoco ha tenido problemas para encontrar una editorial, con la que el mes pasado publicó sus memorias, La historia de Ryan no contada. En ellas, el criminal admite los once asesinatos de que se le acusa e incluso adjunta un plano del jardín de sus padres, en el oriente rural de la isla de Java.


En él no localiza árboles frutales sino el lugar exacto donde enterró los cadáveres de sus víctimas. "Casi todos eran homosexuales como yo", explica Ryan. Con alguna excepción, como una mujer que se atrevió a insinuársele. Primero la mató a ella y luego a su hija de tres años, que había presenciado el asesinato. En el libro también revela su agitada trayectoria - de recitador del Corán a modelo - y los entresijos de su vida como homosexual en un país musulmán y puritano como Indonesia.


Su testamento de efímero icono islamo-gay,que no confirma ni desmiente la existencia de fotos en internet en las que aparecería desnudo. Aun así, Ryan se tiene por un hombre de principios: "El amor es muy importante para mí. Me pongo furioso cuando dicen que en el mundo gay no hay lealtad". Ryan se tomaba fatal las propuestas de otros hombres, a veces con dinero de por medio: "Me hacían sentir barato. Me enfadaba, nos peleábamos y, accidentalmente, los mataba", ha confesado.


Los celos también le jugaban malas pasadas. Su última víctima, Henry Santoso - un ex amante-,le ofreció dinero y un coche por acostarse con su nuevo novio. Loco de furia, Ryan asegura que, cuando se dio cuenta - navaja en mano- ya no tenía ante sí a un hombre, sino a siete pedazos malolientes, que cabían sin problemas en una maleta y una bolsa de viaje. Su hallazgo, en una cuneta de Yakarta, fue lo que permitió a la policía tirar del hilo. El abogado de la acusación, Budi Hartawan, parece ser de los pocos que no aplaude la súbita vocación cantora del asesino.


"Los crímenes de Henyansyah son sádicos y despiadados. Era plenamente consciente cuando cometía los asesinatos y no muestra remordimiento. Al ver que no era descubierto volvía a asesinar una y otra vez". El asesino pop apura estos días sus postreros días de fama, en que la gente forma cola para hacerse fotos ante su celda, ante la mirada complacida del personal de prisiones. Aunque no está nada claro que vaya a tener tiempo para disfrutar de sus derechos de autor.


A diferencia del más famoso de los criminales en serie asiáticos, Charles Sobhraj, un indovietnamita conocido com el asesino de bikinis. Sobhraj, que purga actualmente condena en una cárcel de Nepal, exprimió a los que quisieron relatar su historia en libros o películas, cobrando incluso cantidades astronómicas por las entrevistas que concedió durante sus años de libertad en París. Antes había desplumado a conciencia - de su dinero y su pasaporte-a sus víctimas occidentales en busca de exotismo a los que convertía en adeptos gracias a sus dotes de seductor. Después les suministraba un sorbito de veneno y volvía a cambiar de identidad.


Recientemente se inauguró una estatua de Sobhraj en un restaurante de Goa, que lo representa sentado y esposado en la misma mesa donde fue detenido por penúltima vez, en los ochenta. El restaurante, llamado O Coqueiro, fue galardonado el mes pasado, no por su dudoso humor sino por su cocina, de manos de la ministra de Cultura y, agárrense, del ministro del Interior.