Mitos de prensa sobre las Mujeres de Juárez
Texto incluido en el libro “Violencia sexista. Algunas claves para comprender el feminicidio en Ciudad Juárez”, de Griselda Gutiérrez Castañeda (coord.), publicado por el Programa Universitario de Estudios de Género y Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2004, 166 p.La ponencia fue leída por el autor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el jueves 21 de noviembre de 2002, dentro de las Jornadas Universitarias “Ciudad Juárez: ni una muerta más, ni una mujer menos”.
Por José Pérez-EspinoLunes, 20 de Febrero de 2006
La ausencia de métodos científicos de investigación, la negligencia y la falta de voluntad por parte de las autoridades han convertido a la impunidad en sinónimo de los homicidios de mujeres que no se han esclarecido en Ciudad Juárez desde 1993.
Pero igualmente, el manejo que la prensa del Distrito Federal ha dado a la cobertura de los asesinatos de mujeres se ha caracterizado por la abulia profesional y un deficiente ejercicio del periodismo de investigación y de precisión. Sin contar el afán protagónico y de lucro por parte de algunos reporteros y escritores, una ética cuestionable, el morbo y la ligereza en el manejo de la información, así como la recurrente creación de mitos, estigmas y estereotipos en buena parte de los medios impresos y los libros publicados en torno al tema.
Los ejemplos abundan, pero sólo detallaré algunos de los casos más ilustrativos en las siguientes cuartillas.
El martes 12 de noviembre de 2002, la agencia española EFE distribuyó un cable con el siguiente encabezado: “Sugieren que logia estaría detrás de las muertas de Juárez”. El diario El Universal del Distrito Federal lo subió a su versión de internet a las 10:36 horas:
En el sumario, el periódico publicó: “Afirma el escritor Sergio González que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.
La nota decía:
“Una logia en la que participan altos cargos de la policía, empresarios y autoridades estaría detrás de la ola de crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, que en una década se ha cobrado más de 300 víctimas, denunció el periodista Sergio González.
González es el autor del libro Huesos en el desierto...”
Más adelante, agregaba el informe: “El periodista aventuró que los homicidios múltiples contra mujeres en Ciudad Juárez fueron perpetrados por al menos dos personas.
“Los delincuentes las secuestran, las torturan y las violan para luego mutilarlas y arrojar sus cuerpos a terrenos baldíos.
Más adelante el autor afirmó, según EFE: “"Son homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte", afirmó”.
El lunes 19 de noviembre de 2002, el periódico La Vanguardia de Barcelona publicó el siguiente titular: “El Mal habita en México”. Le antecedía un balazo que señalaba: “La corrupción mexicana”, y un sumario que agregaba: “Sergio González publica su investigación sobre los asesinatos rituales de 300 mujeres en Ciudad Juárez”.
En la entrada de la nota se leía: “Los hechos narrados por el periodista Sergio González Rodríguez (México DF, 1950) en su libro Huesos en el desierto (Anagrama) son tan espeluznantes que el lector debe pellizcarse varias veces para estar seguro de que se trata de hechos reales. González ha investigado los asesinatos rituales de mujeres, cometidos por narcotraficantes en sangrientas orgías en la localidad fronteriza de Ciudad Juárez”.
Según La Vanguardia, González Rodríguez aseguró que “ya ha sufrido gravísimas palizas y amenazas de muerte por sus reportajes publicados en el periódico Reforma”.
Enseguida, el autor de Huesos en el desierto formula una afirmación fantástica:
“Los homicidas, en realidad, son dos sicarios del narcotráfico, que tienen vínculos al más alto nivel de poder del país”.
“El autor dejó claro que su obra "no contiene ni un elemento de ficción, porque existe el riesgo de utilizar estos temas como pretexto literario, y no es algo afortunado, al menos en casos que todavía están abiertos". Matizó, no obstante, que "sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve, si hubiera realmente voluntad"”, según La Vanguardia.
El reportero de Reforma, Sergio González Rodríguez, recién publicó su libro Huesos en el desierto, en la editorial Anagrama de Barcelona. Se encuentra en plena campaña de promoción. Se entiende que sus declaraciones sean más que nada un truco de mercadotecnia, pero sus afirmaciones son muy aventuradas: combina datos reales con la imaginación, aunque él diga lo contrario.
Lamentablemente González Rodríguez prefirió imaginar que investigar. Sólo así puede entenderse su teoría de que una “logia” que comete “homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte”. O que formule declaraciones alejadas de las normas del periodismo de investigación y de precisión, como “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve”. O un desliz como el afirmar: “Los homicidas (...) son dos sicarios del narcotráfico”.
Es probable que algunos de los homicidios no esclarecidos los hayan perpetrado sicarios de la mafia. Pero es insostenible la versión de que los casi 300 casos sean crímenes “rituales” cometidos por “dos personas”.
Sus afirmaciones a la prensa contradicen lo publicado en su propio libro, del cual se desprende que en Ciudad Juárez han ocurrido homicidios por las más variadas causas: motivos pasionales, por violencia intrafamiliar o enfrentamientos entre pandillas, por ejemplo.
La influencia de El Paso Times
Como catálogo de fuentes hemerográficas y bibliográficas sobre los homicidios de mujeres, Huesos en el desierto es la mejor obra publicada, pues dedica 42 páginas (en un libro de 335) para señalar el nombre de los reporteros y los periódicos donde se publicaron la mayor parte de las notas que utilizó en su redacción.
En suma, el libro de Sergio González Rodríguez es una buena cronología, no necesariamente una buena crónica, acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Se da el lujo de incluir todas las versiones posibles acerca de los móviles y los asesinos, pero no considera el testimonio de primera mano de familiares de las víctimas, cuyas referencias son escasas en las páginas de Huesos en el desierto.
Su falta de rigor y de conocimiento de la frontera lo hicieron incurrir en imprecisiones graves, incluyendo las cometidas en sus declaraciones, en buena parte influenciadas por la lectura de El Paso Times, que atribuyó los asesinatos a “una camarilla de hombres ricos y poderosos”; a “un asesino en serie, o varios de ellos”; a “el cartel de narcotraficantes encabezado por Carrillo Fuentes” y a “asesinos protegidos por policías y funcionarios corruptos”.
El Paso Times también publicó que “las mujeres están siendo asesinadas en ritos satánicos. O están siendo sacrificadas para obtener sus órganos para transplantes”. El periódico paseño sostiene tales conclusiones en una serie de reportajes publicados en junio pasado.
González Rodríguez tomó de esos reportajes los elementos para alimentar su versión acerca de los homicidios de mujeres y establecer la teoría sobre los posibles autores que ha sido difundida por la prensa. Así es como en el capítulo “La pequeña holandesa”, le concede crédito ilimitado a un ex policía llamado Felipe Pando.
Escribió el reportero de Reforma en la página 136 de Huesos en el desierto:
“Otro de los posibles sospechosos, de acuerdo con Felipe Pando, ex jefe de homicidios en Chihuahua y luego funcionario de la policía municipal de Ciudad Juárez, es Pedro Padilla Flores. Padilla fue encarcelado en 1986 por la violación y el homicidio de dos mujeres y una niña de 13 años, aunque confesó más asesinatos -solía arrojar los cuerpos de sus víctimas en el Río Bravo-. En 1991 escapó de un penal y continúa prófugo. Adicto al consumo de droga Padilla vivía en el distrito Mariscal del centro de Ciudad Juárez cuando fue arrestado”.
González Rodríguez transcribió casi textualmente varios párrafos de una nota publicada en El Paso Times el lunes 24 de junio de 2002, aunque no lo aclara en esa página del libro. Y al apropiarse a ciegas de lo publicado en un periódico estadounidense, fue víctima de la flojera para investigar esa versión y acreditar la fuente.
En efecto, Felipe Pando fue “jefe de homicidios” y “funcionario” de la policía municipal. Pero su biografía es mucho más que esa única referencia y probablemente sea uno de los ex policías con menos credibilidad en Ciudad Juárez, de acuerdo a los medios locales. En realidad, la suya es una de las trayectorias policiacas más oscuras de la frontera, como para citarlo como fuente sin incluir su contexto personal.
Felipe Pando trabajó como policía durante 32 años. El periodista Armando Rodríguez ha documentado su extensa biografía en El Diario de Juárez: fue agente de la temida Policía Secreta hasta 1982, cuando esa corporación despareció por decreto presidencial. Dentro de la Policía Judicial del Estado estuvo siempre en el grupo de homicidios. En 1991 fue ascendido de Jefe de Grupo a Segundo Comandante, pese a las acusaciones en su contra de grupos como la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos y el Comité Independiente de Chihuahua Pro Derechos Humanos, que lo señalaron de utilizar la tortura en vez de métodos de investigación.
Pando fue obligado a separarse del cargo de Segundo Comandante de la Policía Judicial del Estado cuando el 7 de febrero de 1992 la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió la recomendación 13/92, solicitando al gobernador Fernando Baeza investigar y ejercitar acción penal en su contra, así como de otros agentes policiacos.
La institución documentó y demostró que Felipe Pando participó en el arresto ilegal y actos de tortura en contra de Marco Arturo Salas Sánchez y Sergio Aguirre Torres, quienes fueron obligados a declararse culpables del homicidio del periodista Víctor Manuel Oropeza, ocurrido el 3 de julio de 1991, el cual aún permanece impune.
El ex policía reapareció nueve años más tarde. En noviembre de 2001 fue contratado como “asesor” de asuntos internos por el director de Policía, Guillermo Prieto Quintana, quien ocupó el cargo buena parte de los nueve meses que duró en el poder un Concejo de gobierno provisional, después de que se anuló la elección ordinaria de presidente municipal.
Según distintas versiones publicadas en El Diario y Norte de Ciudad Juárez, por gestiones de Prieto Quintana, Pando se involucró irregularmente en la supuesta investigación que derivó en el arresto de los dos choferes acusados de asesinar a las ocho mujeres cuyos cadáveres fueron hallados noviembre de 1991 en un campo algodonero.
Posteriormente, se vio involucrado en la supuesta investigación que condujo al arresto de los presuntos homicidas de la profesora Elodia Payán, asesinada en agosto de 2000. Irregularmente tuvo en sus manos el expediente de la indagación y hasta se presentó con familiares de la víctima.
El caso se contaminó de tal forma que el 16 de agosto de 2002, la juez Séptimo de lo Penal, Flor Mireya Aguilar Casas, dictó auto de libertad absoluta sin fianza ni protesta a los dos hombres que fueron acusados por el homicidio de la profesora Elodia Payán. En su resolución, la juez afirma que los acusados fueron violentados física y moralmente para declararse culpables. La juez comprobó que el día del crimen, Chavarría Barraza se encontraba preso en el Cereso por el delito de robo.
En sus declaraciones a la prensa, que he citado, Sergio González Rodríguez afirma “que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.
La paradoja es que él mismo, embriagado por su teoría de la conspiración, le da crédito a la versión de un policía que ha sido acusado de torturador y de fabricar culpables.
La teoría de la persecución
Casi para concluir su libro, González Rodríguez incluye un “Epílogo personal”. Dedica esa parte a tratar de convencer al lector de que un “secuestro exprés” del que fue víctima la noche del 15 de junio de 1999 cuando abordó un taxi en la colonia Condesa fue motivado por los artículos que ha publicado en relación a los homicidios de mujeres de Ciudad Juárez.
Pero en ninguna de las 13 páginas del capítulo establece una amenaza directa. La única referencia es cuando un amigo no identificado en esa página del libro, la 275, le pregunta: “¿La golpiza tuvo que ver con tus reportajes sobre Ciudad Juárez?”
Quien lo cuestionó fue Carlos Monsiváis, sólo que González Rodríguez lo identifica hasta el capítulo dedicado a las “Fuentes”, en la página 324, donde escribe: “Carlos Monsiváis fue el amigo que inquirió al autor sobre la posible causa del asalto y las amenazas”.
González Rodríguez no documenta ninguna amenaza directa en su contra. Es más, narra cuando al acudir a ratificar su denuncia por “robo con violencia”, como se tipificó su secuestro, los empleados le dijeron que necesitaba él mismo solicitar al banco las fotografías de la persona que retiró dinero de un cajero automático con su clave. “En suma —escribe— tenía que hacer parte de su trabajo. Jamás volví”, cuenta.
Pero en vez de denunciar la negligencia de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, optó por difundir la teoría de una conspiración en su contra. De la lectura de ese capítulo se establece que todo lo relacionado antes y después en torno a los homicidios de mujeres, tiene qué ver con sus publicaciones en Reforma: más homicidios, tanto de mujeres como de ex policías, sustitución de jefes policiacos, operativos y hasta el asesinato de una locutora de radio del Distrito Federal que había hablado sobre Ciudad Juárez. También cita fuera de contexto el homicidio del reportero José Ramírez Puente, cometido en Ciudad Juárez en 2000, el cual permanece impune.
Sergio González Rodríguez no es el único que ha denunciado represalias por escribir en relación a los homicidios de mujeres. También las promotoras del documental Señorita extraviada, de Lourdes Portillo lo han señalado. Según La Jornada, en una nota del 19 de julio de 2002: “La cineasta (...) ha evitado regresar a Ciudad Juárez ante el temor de ser víctima de alguna represalia”. Portillo no ha sido amenazada, pero cada vez que se exhibe su documental los presentadores afirman que no viene a México por miedo.
En suma, por influencia de El Paso Times, en Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez le concede crédito a las palabras de un policía con un pasado oscuro como Felipe Pando.
E influenciado por ese tipo de medios, declaró a la agencia EFE que una “logia” está detrás de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez y que “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve” y que “los homicidas (...) son dos sicarios del narcotráfico”.
Lucro y piratería intelectual
El hallazgo de cadáveres de mujeres en el desierto y parajes solitarios de Ciudad Juárez no ha despertado el interés suficiente para que centros de investigación especializados profundicen en el tema, a fin de aportar elementos diferentes a los ya conocidos, sean éstos los ofrecidos por las autoridades oficiales o por el manejo que sobre el tema han ofrecido algunos medios de comunicación.
Su tratamiento informativo, sobre todo en medios electrónicos y en la mayoría de la prensa del Distrito Federal, tampoco ha despertado el interés de investigadores en materia de comunicación a efecto de analizarlo como un estudio de caso, incluso a partir de un punto de vista de la deontología periodística.
Precisamente, su tratamiento deficiente por parte de los medios del centro del país, ha generado una extraña competencia entre comunicadores y empresas con limitado acceso a la información de primera mano y al conocimiento de la frontera. O que deliberadamente han privilegiado el sensacionalismo a la investigación y los adjetivos por encima de los hechos.
Como no se pueden realizar investigaciones de campo a dos mil kilómetros de distancia, entonces se algunos han recurrido a documentar todas las teorías posibles, tantas como la imaginación alcance, aunque éstas sean inverosímiles.
No existen estudios serios a partir de criterios aportados por las diferentes ramas de la ciencia, pero sí sobran miles de páginas y horas de programas en radio y televisión en los que se ofrece a los lectores, televidentes y radioescuchas versiones lejanas a los hechos, pero cerca del rating y el amarillismo.
En su edición del 22 de agosto de 1999, la revista Proceso, que prácticamente no había tocado el tema en cinco años, cayó en esa trampa. Le dedicó la portada de su número 1,190 no a denunciar los homicidios de mujeres y la impunidad que persiste, sino a la publicación del libro “Las muertas de Juárez”, cuando la poderosa editorial Planeta inició su campaña de mercadotecnia para comercializar el libro.
Además de un capítulo del libro, Proceso publicó una entrevista con Víctor Ronquillo, quien aparecía como autor del libro.
Sobre las mujeres asesinadas, Ronquillo afirmó:
“La mayoría eran morenas de cabello rojizo. Sus cuerpos eran arrojados como basura y presentaban la cabeza machacada, los senos cercenados (...) Hay 187 muertes que refiero en el libro que tienen relación con el narco”.
Bajo esa visión, Víctor Ronquillo escribió “Las muertas de Juárez. Crónica de los crímenes más despiadados e impunes en México”, libro que publicó la editorial Planeta en agosto de 1999.
“Su investigación le llevó cinco años”, según publicó la revista Proceso.
“Así pude observar que este rompecabezas no encajaba con la versión oficial e inicié una labor de reportero familia por familia”, declaró Víctor Ronquillo a esa publicación.
Los antecedentes del reportero se encontraban en programas de corte sensacionalista como Expediente 13:22:30 de Televisión Azteca y en el programa Punto de Partida, de Multivisión.
Y si ya en la misma entrevista con Proceso Ronquillo incurre en una serie de imprecisiones y presume “de su método de investigación”, la lectura del libro demuestra cómo el autor no tuvo escrúpulos en utilizar las investigaciones de otros sin otorgarles el crédito correspondiente.
Por ejemplo, Ronquillo transcribe párrafos enteros de entrevistas que él no realizó pero de las cuales se apropia, como la de los casos de las familias de Rocío Cordero y de otras víctimas adolescentes. Ronquillo las tomó de investigaciones publicadas en Diario de Juárez el 22 de abril y el 2 de mayo de 1996. En esos reportajes, de los cuales soy autor, documenté por primera vez la relación entre una serie de homicidios cometidos en 1993 con otros ocurridos en 1996, que aún permanecen impunes y sin aclarar.
Para guardar las apariencias, Ronquillo cita por ahí el nombre del periódico e incluye el de algunos reporteros como aparente prueba de que está cumpliendo un deber ético.
El libro, en resumen, aparte de tratarse de un ejemplo de oportunismo y piratería intelectual, tiene imprecisiones graves: nombres equivocados, fechas inexactas y una suma de adjetivos y juicios de valor que simplemente abonan a la confusión y a la desinformación, en vez de ofrecer las piezas que faltan al “rompecabezas oficial”, como anunció Ronquillo en la entrevista con Proceso.
Extraña que el reportero de Proceso, Ricardo Ravelo, haya escrito —sin haberlo comprobado— que a Ronquillo “su investigación le llevó cinco años” y que “combinó la precisión periodística con las herramientas literarias”.
Las frases entrecomilladas se pueden oír muy elocuentes, pero son falsas.
¿Puede Víctor Ronquillo demostrar que “la mayoría (de las víctimas) eran morenas de cabello rojizo”, que los cuerpos “presentaban la cabeza machacada” y “los senos cercenados” y que “hay 187 muertes (de mujeres) que tienen vinculación con el narco”.
Por supuesto que no. Si sólo hubiera revisado con detenimiento la prensa de Ciudad Juárez se habría dado cuenta que son afirmaciones que no puede sustentar con los hechos. Pero pudo más el morbo que despierta el caso y su lucro, a través de las ganancias económicas que pudieron acarrearle a la editorial Planeta y al autor.
Por su supuesto que tampoco “reporteó” a “familia por familia”. Es imposible, porque hasta la fecha de publicación del libro existían por lo menos 26 osamentas sin identificar.
Proceso y Víctor Ronquillo son los responsables del estigma de “Las muertas de Juárez”.
Es un término discriminatorio, excluyente y peyorativo. Una persona pudo haber muerto de causas naturales, pero si es víctima de homicidio, existe un responsable del mismo que debe ser castigado. El concepto de “muertas”, por lo tanto, no corresponde a la caracterización de un homicidio y menos al de un asesinato impune.
La revista Proceso no le había dado la importancia merecida al caso, pero lamentablemente lo hizo a través de un trabajo amarillista plagado de imprecisiones y ejemplos que atentan contra la ética periodística.
Algunas personas en el Distrito Federal, como la actriz Cristina Michaus, tampoco le habían puesto atención al tema. Hasta que llamaron su atención los fragmentos del libro de Ronquillo publicados en Proceso. Entonces comenzó a recabar información con la futura intención de realizar un documental, según lo recuerda ella misma en una entrevista que se difunde a través del portal de internet de Golem Producciones, para promocionar su video “Juárez, desierto de esperanza”.
Ahora, influenciada originalmente por una versión distorsionada de los hechos, la actriz se dedica a explotar el caso de los homicidios de mujeres. Además de comercializar su documental, puso en escena un monólogo en un foro de Coyoacán, con el pretexto de denunciar los homicidios.
La invención de mitos en la Jornada
El mejor ejemplo para ilustrar la imprecisión informativa, la invención de mitos y la generación de estereotipos —en torno a los homicidios de mujeres—, lo representa el siguiente titular y sus agregados:
“En 4 años, 85 mujeres asesinadas en Cd. Juárez”. La cabeza era acompañado por una “balazo” en el que se afirmaba: “Todas fueron violadas y muchas de ellas mutiladas”.
El sumario remataba: “Ninguna tenía más de 22 años; la policía sólo ha aclarado 14 casos”.
No son titulares publicados por el diario sensacionalista La Prensa o la sangrienta Alarma! Se publicaron en La Jornada como nota principal en la contraportada de su edición del 21 de abril de 1997. Así es que, a partir de entonces, se creó un estigma sobre el caso, mismo que aún predomina en buena parte de los medios del centro del país.
Probablemente La Jornada sea uno de los periódicos defeños que más espacio ha otorgado a la cobertura informativa de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez. Pero también puede ser uno de los medios que más ha contribuido a generar confusión y mitos.
En el reportaje de La Jornada de aquel 21 de abril se afirmaba lo siguiente:
“Las características comunes (de las víctimas), además de su juventud, son que provenían de familias que vivían en zonas paupérrimas, ubicadas en la periferia de la ciudad, tenían cabello largo y fueron estranguladas o apuñaladas después de violarlas (sic)”.
El reportaje de La Jornada era muy contundente, pero inexacto. Cualquiera que haya leído las notas periodísticas sobre los casos registrados hasta esa fecha podrá darse cuenta que no es cierto que las víctimas tenían las mismas características físicas y que tampoco todas “fueron estranguladas o apuñaladas después de violarlas (sic)”.
Infortunadamente, el periódico ha sostenido la misma versión desde 1997 hasta la fecha. Y la publicación sistemática de los mismos datos, tanto en La Jornada como en otros medios, ha influido no sólo en la percepción de la opinión pública, sino en abono a la impunidad. Entre más sensacionalismo se le imprime a las publicaciones, más fácil es omitir el trabajo de corroboración de datos, o de cotejar unos hechos con otros para ofrecer a los lectores más elementos de información y análisis.
El colmo es que La Jornada contradice sus propias versiones (no las atribuidas a fuentes identificadas, sino los juicios realizados por sus redactores):
El lunes 3 de mayo de 1999, el suplemento “Triple Jornada” publicó que de los 186 homicidios cometidos hasta esa fecha: “Muchos de estos asesinatos han sido adjudicados al egipcio Abdul Latif Sharif, detenido el 3 de octubre de 1995 (sic)”.
El periódico sostiene esa versión no obstante que siete meses atrás, en febrero de 1999, había publicado que Sharif sólo era procesado por un solo homicidio, el de Elizabeth Castro Carrillo.
Eso publicó La Jornada en mayo de 1999. Casi un año después, el 8 de marzo de 2001, la diputada Maricela Sánchez Cortés, del PRI, retomó el dato del periódico con todo y el juicio de valor para decir en la tribuna de la Cámara de Diputados:
“Muchos de estos asesinatos han sido adjudicados al egipcio Abdul Latif Sharif, detenido el 3 de octubre de 1995 (sic)”, dijo la diputada prisita ante el pleno legislativo, citando como fuente a La Jornada.
La congresista presentó una proposición con Punto de Acuerdo para que los órganos legislativos elaboren un expediente “que permita solicitar a la Procuraduría General de la República, que en uso de sus atribuciones ejercite la facultad de atracción de los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua”.
Para formular la propuesta, la diputada Sánchez Cortés utilizó únicamente como documentos probatorios cuatro citas tomadas de notas carentes de rigor informativo publicadas en el diario La Jornada. Lo más seguro es que ni siquiera consultó otra fuente y mucho menos que se le ocurrió solicitar informes de primera mano a las autoridades, a ONG´s o a la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Como era el “Día Internacional de la Mujer”, la propuesta se aprobó en votación económica, por considerarse de “urgente resolución”.
Los devaneos de Poniatowska
El 29 de marzo de 1999, las periodistas juarenses Rohry Benítez, Adriana Candia, Guadalupe de la Mora y Josefina Martínez, buscaron reunirse con Elena Poniatowska en el Distrito Federal. Habían escrito el libro “El silencio que la voz de todas quiebra”, que la editorial Planeta no quiso publicar y sin embargo se quedó con el manuscrito aprovechando la idea para encargar su redacción a Víctor Ronquillo.
La escritora se tardó más de un año en atenderlas. Sólo después de que en algunos medios se cuestionó la integridad ética de Planeta y de Ronquillo, quien se apropió de investigaciones ajenas sin dar crédito a sus autores.
El viernes 21 de abril de 2000, Elena Poniatowska publicó en La Jornada una exculpación:
“Cuando (las cuatro periodistas) me visitaron en el DF, yo misma tenía tantísimo trabajo y el tema de las muchachas muertas me pareció tan feo que las relegué para más tarde, decepcionándolas. Hoy, les pido una disculpa. Estoy segura de que involuntariamente contribuí al clima de misoginia con el que se toparon en la ciudad de México al presentar su manuscrito. Los temas del aborto, el maltrato a la mujer y el asesinato son dolorosos, y casi todos preferimos darle vuelta a la hoja”.
En ese momento, marzo de 1999, el caso de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez aún no era rentable para muchos de los medios y periodistas en el DF. La revista Proceso, por ejemplo, todavía no lo publicaba en portada como asunto principal para publicitar el libro de Editorial Planeta.
Y si revistas como la de Julio Scherer no se habían ocupado del caso, a escritores como Poniatowska “el tema de las muchachas muertas” les parecía “tan feo” que lo relegaban “para más tarde”. Por eso prefirió “darle vuelta a la hoja”, según sus palabras.
Tres años después, la escritora no ha dudado en permitir que su nombre sea utilizado en la promoción del documental “Señorita extraviada”, de la chicana Lourdes Portillo.
Hoy, la autora de “La noche de Tlatelolco” tiene mucho tiempo para una estrella de la industria de los documentales en Estados Unidos: el que no tuvo para las cuatro periodistas juarenses que en marzo de 1999 buscaron su apoyo.
Obviamente, para la escritora francesa arraigada en México no es lo mismo avalar un libro escrito por periodistas sin influencias en el DF, que seguir los reflectores que genera un documental elaborado por una cineasta que reside en Estados Unidos, que tiene el apoyo de fundaciones extranjeras, que hace años fue nominada al Óscar por mejor documental y que ha ganado múltiples premios internacionales.
¿“Llaveros de pezones”?
Elena Poniatowska es la protagonista de uno de los mayores excesos de ligereza cometidos a través de la televisión en torno a los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez.
Amparada en su prestigió y no en hechos probados y comprobables, Poniatowska incurrió en un desliz de antología durante una de sus cotidianas participaciones en El Noticiero, en el Canal 2 de Televisa.
La escritora dijo:
“Ciudad Juárez es una rasposa franja industrial de maquiladoras que ensamblan productos para exportar productos para exportación frente al Paso, Texas (sic)”.
Enseguida comenzó el exabrupto:
“Allí, cuando tienen una desavenencia los esposos amenazan a sus mujeres: ‘si no haces lo que yo te digo voy y te tiro en el desierto’ (sic). ¿Por qué? Porque desde hace más de ocho años mujeres entre los 15 y los 25 años son misteriosamente violadas, estranguladas, asesinadas y abandonadas en el desierto al oeste de la ciudad (sic)”.
“Como el gobernador de Chihuahua se ha desentendido de la tragedia, las madres y los familiares de las víctimas se han unido para llevar a cabo sus propias investigaciones y denunciar a policías y procuradores ineptos. Sin embargo, con una despiadada ironía, ahora en Ciudad Juárez se venden llaveros con formas de pezones de mujer (sic)”.
En efecto, son palabras de Elena Poniatowska, en red nacional por el Canal de las Estrellas de Televisa. Las pronunció el viernes 18 de julio, el El Noticiero que conduce Joaquín López Dóriga, en la sección llamada “En la opinión de...”
Que una “vaca sagrada” de las letras capitalinas formule declaraciones de tal naturaleza, revela el grado de manipulación y ligereza con la que se habla en los medios del Distrito Federal acerca de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez, lo que a su vez alimenta el estigma que persiste sobre la frontera.
Para colmo, Poniatowska intituló su colaboración como: “Las muertas de Juárez”, igualito que el libro de Víctor Ronquillo que ella misma había criticado en un artículo publicado en La Jornada, por la forma en que Planeta se apropió del manuscrito de las siete periodistas juarenses.
Por la distancia con el DF es comprensible que ni La Jornada ni Elena Poniatowska utilicen como fuente de primera mano a la prensa de Ciudad Juárez. Pero tampoco atienden a fuentes cercanas en la precisión de sus datos relacionados con las características de las víctimas.
Según Julia Monárrez Fragoso, en su artículo “Feminicidio sexual serial en Ciudad Juárez: 1993-2001”, publicado en la revista Debate feminista, en su edición de abril de 2002, del total de las víctimas identificadas: 12 por ciento son menores de 15 años, 15 por ciento son mayores de 25 años y 10 por ciento son mayores de 30 años.
Igualmente, 13 por ciento eran empleadas de maquiladora, 58 por ciento no tenían una ocupación específica, el resto eran estudiantes, amas de casa o empleadas del sector servicios.
La precisión en los datos no se contrapone a la exigencia de que sean esclarecidos los homicidios aún impunes, ni a la solidaridad con las familias de las víctimas. Pero en vez de consultar y citar fuentes, escritores afamados como Elena Poniatowska han preferido repetir datos falsos.
Los mitos recurrentes
Un balazo aseguraba: “Hay 44 osamentas en costales en el anfiteatro municipal”. Y el sumario: “320 asesinatos, 95 de ellos seriales”; “Sadismo sexual y asfixofilia entre los desordenes mentales de los criminales”; “Las autoridades no toman en serio la investigación porque las víctimas son pobres”.
En el cuerpo de la nota, La Jornada repite los mismos estereotipos que inventó hace más de un lustro:
“Las víctimas fueron seleccionadas previamente, ya que tienen las mismas características. Eran jóvenes, en su mayoría empleadas de plantas maquiladoras o de comercios en la zona centro de Ciudad Juárez, que no contaban con vehículos para trasladarse y que tenían que viajar en camiones de pasaje urbano.
“Eran bonitas y jóvenes, delgadas, morenas de cabello largo, que vivían en los cinturones de miseria que rodean la ciudad y que llegaron a la frontera desde otras ciudades...”
Más adelante, el diario dice que a las víctimas “aparte de violarlas sexualmente por ambas vías (sic), el o los homicidas, les apretaban el cuello para estrangularlas, con lo que el violador sentía mayor placer porque ellas contraían de esta forma sus órganos genitales, además las mordieron, y atacaron con cuchillos en pecho y abdomen en extraños ritos de muerte (sic)”.
La nota agrega:
“Algunas tenían los senos cercenados, otras como las ocho localizadas en el mismo sitio el año pasado, tenían el pelo cortado en la base del cráneo, unas cuantas tenían cortado un triángulo en sus órganos genitales lo que hace pensar en ritos satánicos (sic)”.
Con esa ligereza expone La Jornada al resto del país el caso de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez. En este caso, simple y llanamente el redactor utiliza como fuente a su imaginación. Sólo así alguien puede “pensar en ritos satánicos” en vez de investigar.
Un estigma rentable
La deficiente y manipulada cobertura informativa de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez por parte de la prensa del Distrito Federal ha contribuido generar mitos y a preservar la impunidad.
Los que más se repiten en la prensa del DF son que “todas” las víctimas “fueron violadas”, “fueron estranguladas” “son obreras”, “tienen entre 15 y 25 años” o que “son menores de 20 años”. Que a “todas” las mujeres “los senos les fueron cercenados” y “las arrojaron al desierto”. O que “hay un asesino en serie”, a “todas” las asesinaron “en ritos satánicos”, “para vender sus órganos”, “en una secta” o “en una logia”.
En el Distrito Federal, paralelamente, se ha generado una industria de presunto apoyo a las víctimas. Ya existen documentales, películas en video, libros, obras de teatro, colectas (se invitó a ir a depositar dinero en una urna del Teatro Insurgentes y se afirma que el producto de la venta de videos es para los familiares de las víctimas), entre otras actividades evidentemente lucrativas.
Por ejemplo, sobre el documental “Señorita extraviada”, el crítico de cine Rafael Aviña escribió en el diario Reforma, el viernes 16 de agosto, más como publicidad que como análisis:
“... es el asesinato en serie practicado contra un sector desprotegido y nulificado por una sociedad machista y violenta: jovencitas entre los 12 y los 20 años, la gran mayoría, trabajadoras de las maquiladoras que abundan en esa región. Es decir, vulnerable carne de cañón para una jauría hambrienta de sexo y sangre que ha operado con el apoyo de instituciones de justicia corruptas y de gobiernos priistas y panistas que se han lavado las manos en el caso de más de 300 mujeres violadas, asesinadas de manera brutal, y abandonadas en el desierto de esa gran ignominia que es Ciudad Juárez”.
Por José Pérez-EspinoLunes, 20 de Febrero de 2006
La ausencia de métodos científicos de investigación, la negligencia y la falta de voluntad por parte de las autoridades han convertido a la impunidad en sinónimo de los homicidios de mujeres que no se han esclarecido en Ciudad Juárez desde 1993.
Pero igualmente, el manejo que la prensa del Distrito Federal ha dado a la cobertura de los asesinatos de mujeres se ha caracterizado por la abulia profesional y un deficiente ejercicio del periodismo de investigación y de precisión. Sin contar el afán protagónico y de lucro por parte de algunos reporteros y escritores, una ética cuestionable, el morbo y la ligereza en el manejo de la información, así como la recurrente creación de mitos, estigmas y estereotipos en buena parte de los medios impresos y los libros publicados en torno al tema.
Los ejemplos abundan, pero sólo detallaré algunos de los casos más ilustrativos en las siguientes cuartillas.
El martes 12 de noviembre de 2002, la agencia española EFE distribuyó un cable con el siguiente encabezado: “Sugieren que logia estaría detrás de las muertas de Juárez”. El diario El Universal del Distrito Federal lo subió a su versión de internet a las 10:36 horas:
En el sumario, el periódico publicó: “Afirma el escritor Sergio González que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.
La nota decía:
“Una logia en la que participan altos cargos de la policía, empresarios y autoridades estaría detrás de la ola de crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, que en una década se ha cobrado más de 300 víctimas, denunció el periodista Sergio González.
González es el autor del libro Huesos en el desierto...”
Más adelante, agregaba el informe: “El periodista aventuró que los homicidios múltiples contra mujeres en Ciudad Juárez fueron perpetrados por al menos dos personas.
“Los delincuentes las secuestran, las torturan y las violan para luego mutilarlas y arrojar sus cuerpos a terrenos baldíos.
Más adelante el autor afirmó, según EFE: “"Son homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte", afirmó”.
El lunes 19 de noviembre de 2002, el periódico La Vanguardia de Barcelona publicó el siguiente titular: “El Mal habita en México”. Le antecedía un balazo que señalaba: “La corrupción mexicana”, y un sumario que agregaba: “Sergio González publica su investigación sobre los asesinatos rituales de 300 mujeres en Ciudad Juárez”.
En la entrada de la nota se leía: “Los hechos narrados por el periodista Sergio González Rodríguez (México DF, 1950) en su libro Huesos en el desierto (Anagrama) son tan espeluznantes que el lector debe pellizcarse varias veces para estar seguro de que se trata de hechos reales. González ha investigado los asesinatos rituales de mujeres, cometidos por narcotraficantes en sangrientas orgías en la localidad fronteriza de Ciudad Juárez”.
Según La Vanguardia, González Rodríguez aseguró que “ya ha sufrido gravísimas palizas y amenazas de muerte por sus reportajes publicados en el periódico Reforma”.
Enseguida, el autor de Huesos en el desierto formula una afirmación fantástica:
“Los homicidas, en realidad, son dos sicarios del narcotráfico, que tienen vínculos al más alto nivel de poder del país”.
“El autor dejó claro que su obra "no contiene ni un elemento de ficción, porque existe el riesgo de utilizar estos temas como pretexto literario, y no es algo afortunado, al menos en casos que todavía están abiertos". Matizó, no obstante, que "sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve, si hubiera realmente voluntad"”, según La Vanguardia.
El reportero de Reforma, Sergio González Rodríguez, recién publicó su libro Huesos en el desierto, en la editorial Anagrama de Barcelona. Se encuentra en plena campaña de promoción. Se entiende que sus declaraciones sean más que nada un truco de mercadotecnia, pero sus afirmaciones son muy aventuradas: combina datos reales con la imaginación, aunque él diga lo contrario.
Lamentablemente González Rodríguez prefirió imaginar que investigar. Sólo así puede entenderse su teoría de que una “logia” que comete “homicidios orgiásticos, con ritos sexuales y una capacidad de perfeccionamiento sádico muy fuerte”. O que formule declaraciones alejadas de las normas del periodismo de investigación y de precisión, como “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve”. O un desliz como el afirmar: “Los homicidas (...) son dos sicarios del narcotráfico”.
Es probable que algunos de los homicidios no esclarecidos los hayan perpetrado sicarios de la mafia. Pero es insostenible la versión de que los casi 300 casos sean crímenes “rituales” cometidos por “dos personas”.
Sus afirmaciones a la prensa contradicen lo publicado en su propio libro, del cual se desprende que en Ciudad Juárez han ocurrido homicidios por las más variadas causas: motivos pasionales, por violencia intrafamiliar o enfrentamientos entre pandillas, por ejemplo.
La influencia de El Paso Times
Como catálogo de fuentes hemerográficas y bibliográficas sobre los homicidios de mujeres, Huesos en el desierto es la mejor obra publicada, pues dedica 42 páginas (en un libro de 335) para señalar el nombre de los reporteros y los periódicos donde se publicaron la mayor parte de las notas que utilizó en su redacción.
En suma, el libro de Sergio González Rodríguez es una buena cronología, no necesariamente una buena crónica, acerca de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Se da el lujo de incluir todas las versiones posibles acerca de los móviles y los asesinos, pero no considera el testimonio de primera mano de familiares de las víctimas, cuyas referencias son escasas en las páginas de Huesos en el desierto.
Su falta de rigor y de conocimiento de la frontera lo hicieron incurrir en imprecisiones graves, incluyendo las cometidas en sus declaraciones, en buena parte influenciadas por la lectura de El Paso Times, que atribuyó los asesinatos a “una camarilla de hombres ricos y poderosos”; a “un asesino en serie, o varios de ellos”; a “el cartel de narcotraficantes encabezado por Carrillo Fuentes” y a “asesinos protegidos por policías y funcionarios corruptos”.
El Paso Times también publicó que “las mujeres están siendo asesinadas en ritos satánicos. O están siendo sacrificadas para obtener sus órganos para transplantes”. El periódico paseño sostiene tales conclusiones en una serie de reportajes publicados en junio pasado.
González Rodríguez tomó de esos reportajes los elementos para alimentar su versión acerca de los homicidios de mujeres y establecer la teoría sobre los posibles autores que ha sido difundida por la prensa. Así es como en el capítulo “La pequeña holandesa”, le concede crédito ilimitado a un ex policía llamado Felipe Pando.
Escribió el reportero de Reforma en la página 136 de Huesos en el desierto:
“Otro de los posibles sospechosos, de acuerdo con Felipe Pando, ex jefe de homicidios en Chihuahua y luego funcionario de la policía municipal de Ciudad Juárez, es Pedro Padilla Flores. Padilla fue encarcelado en 1986 por la violación y el homicidio de dos mujeres y una niña de 13 años, aunque confesó más asesinatos -solía arrojar los cuerpos de sus víctimas en el Río Bravo-. En 1991 escapó de un penal y continúa prófugo. Adicto al consumo de droga Padilla vivía en el distrito Mariscal del centro de Ciudad Juárez cuando fue arrestado”.
González Rodríguez transcribió casi textualmente varios párrafos de una nota publicada en El Paso Times el lunes 24 de junio de 2002, aunque no lo aclara en esa página del libro. Y al apropiarse a ciegas de lo publicado en un periódico estadounidense, fue víctima de la flojera para investigar esa versión y acreditar la fuente.
En efecto, Felipe Pando fue “jefe de homicidios” y “funcionario” de la policía municipal. Pero su biografía es mucho más que esa única referencia y probablemente sea uno de los ex policías con menos credibilidad en Ciudad Juárez, de acuerdo a los medios locales. En realidad, la suya es una de las trayectorias policiacas más oscuras de la frontera, como para citarlo como fuente sin incluir su contexto personal.
Felipe Pando trabajó como policía durante 32 años. El periodista Armando Rodríguez ha documentado su extensa biografía en El Diario de Juárez: fue agente de la temida Policía Secreta hasta 1982, cuando esa corporación despareció por decreto presidencial. Dentro de la Policía Judicial del Estado estuvo siempre en el grupo de homicidios. En 1991 fue ascendido de Jefe de Grupo a Segundo Comandante, pese a las acusaciones en su contra de grupos como la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos y el Comité Independiente de Chihuahua Pro Derechos Humanos, que lo señalaron de utilizar la tortura en vez de métodos de investigación.
Pando fue obligado a separarse del cargo de Segundo Comandante de la Policía Judicial del Estado cuando el 7 de febrero de 1992 la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió la recomendación 13/92, solicitando al gobernador Fernando Baeza investigar y ejercitar acción penal en su contra, así como de otros agentes policiacos.
La institución documentó y demostró que Felipe Pando participó en el arresto ilegal y actos de tortura en contra de Marco Arturo Salas Sánchez y Sergio Aguirre Torres, quienes fueron obligados a declararse culpables del homicidio del periodista Víctor Manuel Oropeza, ocurrido el 3 de julio de 1991, el cual aún permanece impune.
El ex policía reapareció nueve años más tarde. En noviembre de 2001 fue contratado como “asesor” de asuntos internos por el director de Policía, Guillermo Prieto Quintana, quien ocupó el cargo buena parte de los nueve meses que duró en el poder un Concejo de gobierno provisional, después de que se anuló la elección ordinaria de presidente municipal.
Según distintas versiones publicadas en El Diario y Norte de Ciudad Juárez, por gestiones de Prieto Quintana, Pando se involucró irregularmente en la supuesta investigación que derivó en el arresto de los dos choferes acusados de asesinar a las ocho mujeres cuyos cadáveres fueron hallados noviembre de 1991 en un campo algodonero.
Posteriormente, se vio involucrado en la supuesta investigación que condujo al arresto de los presuntos homicidas de la profesora Elodia Payán, asesinada en agosto de 2000. Irregularmente tuvo en sus manos el expediente de la indagación y hasta se presentó con familiares de la víctima.
El caso se contaminó de tal forma que el 16 de agosto de 2002, la juez Séptimo de lo Penal, Flor Mireya Aguilar Casas, dictó auto de libertad absoluta sin fianza ni protesta a los dos hombres que fueron acusados por el homicidio de la profesora Elodia Payán. En su resolución, la juez afirma que los acusados fueron violentados física y moralmente para declararse culpables. La juez comprobó que el día del crimen, Chavarría Barraza se encontraba preso en el Cereso por el delito de robo.
En sus declaraciones a la prensa, que he citado, Sergio González Rodríguez afirma “que los homicidios de más de 300 mujeres estarían vinculados al narcotráfico y grupos de poder formados por empresarios, políticos e incluso policías”.
La paradoja es que él mismo, embriagado por su teoría de la conspiración, le da crédito a la versión de un policía que ha sido acusado de torturador y de fabricar culpables.
La teoría de la persecución
Casi para concluir su libro, González Rodríguez incluye un “Epílogo personal”. Dedica esa parte a tratar de convencer al lector de que un “secuestro exprés” del que fue víctima la noche del 15 de junio de 1999 cuando abordó un taxi en la colonia Condesa fue motivado por los artículos que ha publicado en relación a los homicidios de mujeres de Ciudad Juárez.
Pero en ninguna de las 13 páginas del capítulo establece una amenaza directa. La única referencia es cuando un amigo no identificado en esa página del libro, la 275, le pregunta: “¿La golpiza tuvo que ver con tus reportajes sobre Ciudad Juárez?”
Quien lo cuestionó fue Carlos Monsiváis, sólo que González Rodríguez lo identifica hasta el capítulo dedicado a las “Fuentes”, en la página 324, donde escribe: “Carlos Monsiváis fue el amigo que inquirió al autor sobre la posible causa del asalto y las amenazas”.
González Rodríguez no documenta ninguna amenaza directa en su contra. Es más, narra cuando al acudir a ratificar su denuncia por “robo con violencia”, como se tipificó su secuestro, los empleados le dijeron que necesitaba él mismo solicitar al banco las fotografías de la persona que retiró dinero de un cajero automático con su clave. “En suma —escribe— tenía que hacer parte de su trabajo. Jamás volví”, cuenta.
Pero en vez de denunciar la negligencia de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, optó por difundir la teoría de una conspiración en su contra. De la lectura de ese capítulo se establece que todo lo relacionado antes y después en torno a los homicidios de mujeres, tiene qué ver con sus publicaciones en Reforma: más homicidios, tanto de mujeres como de ex policías, sustitución de jefes policiacos, operativos y hasta el asesinato de una locutora de radio del Distrito Federal que había hablado sobre Ciudad Juárez. También cita fuera de contexto el homicidio del reportero José Ramírez Puente, cometido en Ciudad Juárez en 2000, el cual permanece impune.
Sergio González Rodríguez no es el único que ha denunciado represalias por escribir en relación a los homicidios de mujeres. También las promotoras del documental Señorita extraviada, de Lourdes Portillo lo han señalado. Según La Jornada, en una nota del 19 de julio de 2002: “La cineasta (...) ha evitado regresar a Ciudad Juárez ante el temor de ser víctima de alguna represalia”. Portillo no ha sido amenazada, pero cada vez que se exhibe su documental los presentadores afirman que no viene a México por miedo.
En suma, por influencia de El Paso Times, en Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez le concede crédito a las palabras de un policía con un pasado oscuro como Felipe Pando.
E influenciado por ese tipo de medios, declaró a la agencia EFE que una “logia” está detrás de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez y que “sólo con la información que contiene mi libro, este caso podría resolverse en un plazo breve” y que “los homicidas (...) son dos sicarios del narcotráfico”.
Lucro y piratería intelectual
El hallazgo de cadáveres de mujeres en el desierto y parajes solitarios de Ciudad Juárez no ha despertado el interés suficiente para que centros de investigación especializados profundicen en el tema, a fin de aportar elementos diferentes a los ya conocidos, sean éstos los ofrecidos por las autoridades oficiales o por el manejo que sobre el tema han ofrecido algunos medios de comunicación.
Su tratamiento informativo, sobre todo en medios electrónicos y en la mayoría de la prensa del Distrito Federal, tampoco ha despertado el interés de investigadores en materia de comunicación a efecto de analizarlo como un estudio de caso, incluso a partir de un punto de vista de la deontología periodística.
Precisamente, su tratamiento deficiente por parte de los medios del centro del país, ha generado una extraña competencia entre comunicadores y empresas con limitado acceso a la información de primera mano y al conocimiento de la frontera. O que deliberadamente han privilegiado el sensacionalismo a la investigación y los adjetivos por encima de los hechos.
Como no se pueden realizar investigaciones de campo a dos mil kilómetros de distancia, entonces se algunos han recurrido a documentar todas las teorías posibles, tantas como la imaginación alcance, aunque éstas sean inverosímiles.
No existen estudios serios a partir de criterios aportados por las diferentes ramas de la ciencia, pero sí sobran miles de páginas y horas de programas en radio y televisión en los que se ofrece a los lectores, televidentes y radioescuchas versiones lejanas a los hechos, pero cerca del rating y el amarillismo.
En su edición del 22 de agosto de 1999, la revista Proceso, que prácticamente no había tocado el tema en cinco años, cayó en esa trampa. Le dedicó la portada de su número 1,190 no a denunciar los homicidios de mujeres y la impunidad que persiste, sino a la publicación del libro “Las muertas de Juárez”, cuando la poderosa editorial Planeta inició su campaña de mercadotecnia para comercializar el libro.
Además de un capítulo del libro, Proceso publicó una entrevista con Víctor Ronquillo, quien aparecía como autor del libro.
Sobre las mujeres asesinadas, Ronquillo afirmó:
“La mayoría eran morenas de cabello rojizo. Sus cuerpos eran arrojados como basura y presentaban la cabeza machacada, los senos cercenados (...) Hay 187 muertes que refiero en el libro que tienen relación con el narco”.
Bajo esa visión, Víctor Ronquillo escribió “Las muertas de Juárez. Crónica de los crímenes más despiadados e impunes en México”, libro que publicó la editorial Planeta en agosto de 1999.
“Su investigación le llevó cinco años”, según publicó la revista Proceso.
“Así pude observar que este rompecabezas no encajaba con la versión oficial e inicié una labor de reportero familia por familia”, declaró Víctor Ronquillo a esa publicación.
Los antecedentes del reportero se encontraban en programas de corte sensacionalista como Expediente 13:22:30 de Televisión Azteca y en el programa Punto de Partida, de Multivisión.
Y si ya en la misma entrevista con Proceso Ronquillo incurre en una serie de imprecisiones y presume “de su método de investigación”, la lectura del libro demuestra cómo el autor no tuvo escrúpulos en utilizar las investigaciones de otros sin otorgarles el crédito correspondiente.
Por ejemplo, Ronquillo transcribe párrafos enteros de entrevistas que él no realizó pero de las cuales se apropia, como la de los casos de las familias de Rocío Cordero y de otras víctimas adolescentes. Ronquillo las tomó de investigaciones publicadas en Diario de Juárez el 22 de abril y el 2 de mayo de 1996. En esos reportajes, de los cuales soy autor, documenté por primera vez la relación entre una serie de homicidios cometidos en 1993 con otros ocurridos en 1996, que aún permanecen impunes y sin aclarar.
Para guardar las apariencias, Ronquillo cita por ahí el nombre del periódico e incluye el de algunos reporteros como aparente prueba de que está cumpliendo un deber ético.
El libro, en resumen, aparte de tratarse de un ejemplo de oportunismo y piratería intelectual, tiene imprecisiones graves: nombres equivocados, fechas inexactas y una suma de adjetivos y juicios de valor que simplemente abonan a la confusión y a la desinformación, en vez de ofrecer las piezas que faltan al “rompecabezas oficial”, como anunció Ronquillo en la entrevista con Proceso.
Extraña que el reportero de Proceso, Ricardo Ravelo, haya escrito —sin haberlo comprobado— que a Ronquillo “su investigación le llevó cinco años” y que “combinó la precisión periodística con las herramientas literarias”.
Las frases entrecomilladas se pueden oír muy elocuentes, pero son falsas.
¿Puede Víctor Ronquillo demostrar que “la mayoría (de las víctimas) eran morenas de cabello rojizo”, que los cuerpos “presentaban la cabeza machacada” y “los senos cercenados” y que “hay 187 muertes (de mujeres) que tienen vinculación con el narco”.
Por supuesto que no. Si sólo hubiera revisado con detenimiento la prensa de Ciudad Juárez se habría dado cuenta que son afirmaciones que no puede sustentar con los hechos. Pero pudo más el morbo que despierta el caso y su lucro, a través de las ganancias económicas que pudieron acarrearle a la editorial Planeta y al autor.
Por su supuesto que tampoco “reporteó” a “familia por familia”. Es imposible, porque hasta la fecha de publicación del libro existían por lo menos 26 osamentas sin identificar.
Proceso y Víctor Ronquillo son los responsables del estigma de “Las muertas de Juárez”.
Es un término discriminatorio, excluyente y peyorativo. Una persona pudo haber muerto de causas naturales, pero si es víctima de homicidio, existe un responsable del mismo que debe ser castigado. El concepto de “muertas”, por lo tanto, no corresponde a la caracterización de un homicidio y menos al de un asesinato impune.
La revista Proceso no le había dado la importancia merecida al caso, pero lamentablemente lo hizo a través de un trabajo amarillista plagado de imprecisiones y ejemplos que atentan contra la ética periodística.
Algunas personas en el Distrito Federal, como la actriz Cristina Michaus, tampoco le habían puesto atención al tema. Hasta que llamaron su atención los fragmentos del libro de Ronquillo publicados en Proceso. Entonces comenzó a recabar información con la futura intención de realizar un documental, según lo recuerda ella misma en una entrevista que se difunde a través del portal de internet de Golem Producciones, para promocionar su video “Juárez, desierto de esperanza”.
Ahora, influenciada originalmente por una versión distorsionada de los hechos, la actriz se dedica a explotar el caso de los homicidios de mujeres. Además de comercializar su documental, puso en escena un monólogo en un foro de Coyoacán, con el pretexto de denunciar los homicidios.
La invención de mitos en la Jornada
El mejor ejemplo para ilustrar la imprecisión informativa, la invención de mitos y la generación de estereotipos —en torno a los homicidios de mujeres—, lo representa el siguiente titular y sus agregados:
“En 4 años, 85 mujeres asesinadas en Cd. Juárez”. La cabeza era acompañado por una “balazo” en el que se afirmaba: “Todas fueron violadas y muchas de ellas mutiladas”.
El sumario remataba: “Ninguna tenía más de 22 años; la policía sólo ha aclarado 14 casos”.
No son titulares publicados por el diario sensacionalista La Prensa o la sangrienta Alarma! Se publicaron en La Jornada como nota principal en la contraportada de su edición del 21 de abril de 1997. Así es que, a partir de entonces, se creó un estigma sobre el caso, mismo que aún predomina en buena parte de los medios del centro del país.
Probablemente La Jornada sea uno de los periódicos defeños que más espacio ha otorgado a la cobertura informativa de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez. Pero también puede ser uno de los medios que más ha contribuido a generar confusión y mitos.
En el reportaje de La Jornada de aquel 21 de abril se afirmaba lo siguiente:
“Las características comunes (de las víctimas), además de su juventud, son que provenían de familias que vivían en zonas paupérrimas, ubicadas en la periferia de la ciudad, tenían cabello largo y fueron estranguladas o apuñaladas después de violarlas (sic)”.
El reportaje de La Jornada era muy contundente, pero inexacto. Cualquiera que haya leído las notas periodísticas sobre los casos registrados hasta esa fecha podrá darse cuenta que no es cierto que las víctimas tenían las mismas características físicas y que tampoco todas “fueron estranguladas o apuñaladas después de violarlas (sic)”.
Infortunadamente, el periódico ha sostenido la misma versión desde 1997 hasta la fecha. Y la publicación sistemática de los mismos datos, tanto en La Jornada como en otros medios, ha influido no sólo en la percepción de la opinión pública, sino en abono a la impunidad. Entre más sensacionalismo se le imprime a las publicaciones, más fácil es omitir el trabajo de corroboración de datos, o de cotejar unos hechos con otros para ofrecer a los lectores más elementos de información y análisis.
El colmo es que La Jornada contradice sus propias versiones (no las atribuidas a fuentes identificadas, sino los juicios realizados por sus redactores):
El lunes 3 de mayo de 1999, el suplemento “Triple Jornada” publicó que de los 186 homicidios cometidos hasta esa fecha: “Muchos de estos asesinatos han sido adjudicados al egipcio Abdul Latif Sharif, detenido el 3 de octubre de 1995 (sic)”.
El periódico sostiene esa versión no obstante que siete meses atrás, en febrero de 1999, había publicado que Sharif sólo era procesado por un solo homicidio, el de Elizabeth Castro Carrillo.
Eso publicó La Jornada en mayo de 1999. Casi un año después, el 8 de marzo de 2001, la diputada Maricela Sánchez Cortés, del PRI, retomó el dato del periódico con todo y el juicio de valor para decir en la tribuna de la Cámara de Diputados:
“Muchos de estos asesinatos han sido adjudicados al egipcio Abdul Latif Sharif, detenido el 3 de octubre de 1995 (sic)”, dijo la diputada prisita ante el pleno legislativo, citando como fuente a La Jornada.
La congresista presentó una proposición con Punto de Acuerdo para que los órganos legislativos elaboren un expediente “que permita solicitar a la Procuraduría General de la República, que en uso de sus atribuciones ejercite la facultad de atracción de los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua”.
Para formular la propuesta, la diputada Sánchez Cortés utilizó únicamente como documentos probatorios cuatro citas tomadas de notas carentes de rigor informativo publicadas en el diario La Jornada. Lo más seguro es que ni siquiera consultó otra fuente y mucho menos que se le ocurrió solicitar informes de primera mano a las autoridades, a ONG´s o a la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Como era el “Día Internacional de la Mujer”, la propuesta se aprobó en votación económica, por considerarse de “urgente resolución”.
Los devaneos de Poniatowska
El 29 de marzo de 1999, las periodistas juarenses Rohry Benítez, Adriana Candia, Guadalupe de la Mora y Josefina Martínez, buscaron reunirse con Elena Poniatowska en el Distrito Federal. Habían escrito el libro “El silencio que la voz de todas quiebra”, que la editorial Planeta no quiso publicar y sin embargo se quedó con el manuscrito aprovechando la idea para encargar su redacción a Víctor Ronquillo.
La escritora se tardó más de un año en atenderlas. Sólo después de que en algunos medios se cuestionó la integridad ética de Planeta y de Ronquillo, quien se apropió de investigaciones ajenas sin dar crédito a sus autores.
El viernes 21 de abril de 2000, Elena Poniatowska publicó en La Jornada una exculpación:
“Cuando (las cuatro periodistas) me visitaron en el DF, yo misma tenía tantísimo trabajo y el tema de las muchachas muertas me pareció tan feo que las relegué para más tarde, decepcionándolas. Hoy, les pido una disculpa. Estoy segura de que involuntariamente contribuí al clima de misoginia con el que se toparon en la ciudad de México al presentar su manuscrito. Los temas del aborto, el maltrato a la mujer y el asesinato son dolorosos, y casi todos preferimos darle vuelta a la hoja”.
En ese momento, marzo de 1999, el caso de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez aún no era rentable para muchos de los medios y periodistas en el DF. La revista Proceso, por ejemplo, todavía no lo publicaba en portada como asunto principal para publicitar el libro de Editorial Planeta.
Y si revistas como la de Julio Scherer no se habían ocupado del caso, a escritores como Poniatowska “el tema de las muchachas muertas” les parecía “tan feo” que lo relegaban “para más tarde”. Por eso prefirió “darle vuelta a la hoja”, según sus palabras.
Tres años después, la escritora no ha dudado en permitir que su nombre sea utilizado en la promoción del documental “Señorita extraviada”, de la chicana Lourdes Portillo.
Hoy, la autora de “La noche de Tlatelolco” tiene mucho tiempo para una estrella de la industria de los documentales en Estados Unidos: el que no tuvo para las cuatro periodistas juarenses que en marzo de 1999 buscaron su apoyo.
Obviamente, para la escritora francesa arraigada en México no es lo mismo avalar un libro escrito por periodistas sin influencias en el DF, que seguir los reflectores que genera un documental elaborado por una cineasta que reside en Estados Unidos, que tiene el apoyo de fundaciones extranjeras, que hace años fue nominada al Óscar por mejor documental y que ha ganado múltiples premios internacionales.
¿“Llaveros de pezones”?
Elena Poniatowska es la protagonista de uno de los mayores excesos de ligereza cometidos a través de la televisión en torno a los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez.
Amparada en su prestigió y no en hechos probados y comprobables, Poniatowska incurrió en un desliz de antología durante una de sus cotidianas participaciones en El Noticiero, en el Canal 2 de Televisa.
La escritora dijo:
“Ciudad Juárez es una rasposa franja industrial de maquiladoras que ensamblan productos para exportar productos para exportación frente al Paso, Texas (sic)”.
Enseguida comenzó el exabrupto:
“Allí, cuando tienen una desavenencia los esposos amenazan a sus mujeres: ‘si no haces lo que yo te digo voy y te tiro en el desierto’ (sic). ¿Por qué? Porque desde hace más de ocho años mujeres entre los 15 y los 25 años son misteriosamente violadas, estranguladas, asesinadas y abandonadas en el desierto al oeste de la ciudad (sic)”.
“Como el gobernador de Chihuahua se ha desentendido de la tragedia, las madres y los familiares de las víctimas se han unido para llevar a cabo sus propias investigaciones y denunciar a policías y procuradores ineptos. Sin embargo, con una despiadada ironía, ahora en Ciudad Juárez se venden llaveros con formas de pezones de mujer (sic)”.
En efecto, son palabras de Elena Poniatowska, en red nacional por el Canal de las Estrellas de Televisa. Las pronunció el viernes 18 de julio, el El Noticiero que conduce Joaquín López Dóriga, en la sección llamada “En la opinión de...”
Que una “vaca sagrada” de las letras capitalinas formule declaraciones de tal naturaleza, revela el grado de manipulación y ligereza con la que se habla en los medios del Distrito Federal acerca de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez, lo que a su vez alimenta el estigma que persiste sobre la frontera.
Para colmo, Poniatowska intituló su colaboración como: “Las muertas de Juárez”, igualito que el libro de Víctor Ronquillo que ella misma había criticado en un artículo publicado en La Jornada, por la forma en que Planeta se apropió del manuscrito de las siete periodistas juarenses.
Por la distancia con el DF es comprensible que ni La Jornada ni Elena Poniatowska utilicen como fuente de primera mano a la prensa de Ciudad Juárez. Pero tampoco atienden a fuentes cercanas en la precisión de sus datos relacionados con las características de las víctimas.
Según Julia Monárrez Fragoso, en su artículo “Feminicidio sexual serial en Ciudad Juárez: 1993-2001”, publicado en la revista Debate feminista, en su edición de abril de 2002, del total de las víctimas identificadas: 12 por ciento son menores de 15 años, 15 por ciento son mayores de 25 años y 10 por ciento son mayores de 30 años.
Igualmente, 13 por ciento eran empleadas de maquiladora, 58 por ciento no tenían una ocupación específica, el resto eran estudiantes, amas de casa o empleadas del sector servicios.
La precisión en los datos no se contrapone a la exigencia de que sean esclarecidos los homicidios aún impunes, ni a la solidaridad con las familias de las víctimas. Pero en vez de consultar y citar fuentes, escritores afamados como Elena Poniatowska han preferido repetir datos falsos.
Los mitos recurrentes
La Jornada no ha realizado un ejercicio de rectificación y todavía sostiene sus errores, ratificando los mitos generados hace más de cinco años por el mismo diario. En un reportaje publicado el lunes 4 de noviembre de 2002 en el suplemento “Triple Jornada”, el titular principal establecía:
“Alguien muy poderoso, con protección policiaca, tras el impune feminicidio en Ciudad Juárez: peritos y activistas”.
“Alguien muy poderoso, con protección policiaca, tras el impune feminicidio en Ciudad Juárez: peritos y activistas”.
Un balazo aseguraba: “Hay 44 osamentas en costales en el anfiteatro municipal”. Y el sumario: “320 asesinatos, 95 de ellos seriales”; “Sadismo sexual y asfixofilia entre los desordenes mentales de los criminales”; “Las autoridades no toman en serio la investigación porque las víctimas son pobres”.
En el cuerpo de la nota, La Jornada repite los mismos estereotipos que inventó hace más de un lustro:
“Las víctimas fueron seleccionadas previamente, ya que tienen las mismas características. Eran jóvenes, en su mayoría empleadas de plantas maquiladoras o de comercios en la zona centro de Ciudad Juárez, que no contaban con vehículos para trasladarse y que tenían que viajar en camiones de pasaje urbano.
“Eran bonitas y jóvenes, delgadas, morenas de cabello largo, que vivían en los cinturones de miseria que rodean la ciudad y que llegaron a la frontera desde otras ciudades...”
Más adelante, el diario dice que a las víctimas “aparte de violarlas sexualmente por ambas vías (sic), el o los homicidas, les apretaban el cuello para estrangularlas, con lo que el violador sentía mayor placer porque ellas contraían de esta forma sus órganos genitales, además las mordieron, y atacaron con cuchillos en pecho y abdomen en extraños ritos de muerte (sic)”.
La nota agrega:
“Algunas tenían los senos cercenados, otras como las ocho localizadas en el mismo sitio el año pasado, tenían el pelo cortado en la base del cráneo, unas cuantas tenían cortado un triángulo en sus órganos genitales lo que hace pensar en ritos satánicos (sic)”.
Con esa ligereza expone La Jornada al resto del país el caso de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez. En este caso, simple y llanamente el redactor utiliza como fuente a su imaginación. Sólo así alguien puede “pensar en ritos satánicos” en vez de investigar.
Un estigma rentable
La deficiente y manipulada cobertura informativa de los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez por parte de la prensa del Distrito Federal ha contribuido generar mitos y a preservar la impunidad.
Los que más se repiten en la prensa del DF son que “todas” las víctimas “fueron violadas”, “fueron estranguladas” “son obreras”, “tienen entre 15 y 25 años” o que “son menores de 20 años”. Que a “todas” las mujeres “los senos les fueron cercenados” y “las arrojaron al desierto”. O que “hay un asesino en serie”, a “todas” las asesinaron “en ritos satánicos”, “para vender sus órganos”, “en una secta” o “en una logia”.
En el Distrito Federal, paralelamente, se ha generado una industria de presunto apoyo a las víctimas. Ya existen documentales, películas en video, libros, obras de teatro, colectas (se invitó a ir a depositar dinero en una urna del Teatro Insurgentes y se afirma que el producto de la venta de videos es para los familiares de las víctimas), entre otras actividades evidentemente lucrativas.
Por ejemplo, sobre el documental “Señorita extraviada”, el crítico de cine Rafael Aviña escribió en el diario Reforma, el viernes 16 de agosto, más como publicidad que como análisis:
“... es el asesinato en serie practicado contra un sector desprotegido y nulificado por una sociedad machista y violenta: jovencitas entre los 12 y los 20 años, la gran mayoría, trabajadoras de las maquiladoras que abundan en esa región. Es decir, vulnerable carne de cañón para una jauría hambrienta de sexo y sangre que ha operado con el apoyo de instituciones de justicia corruptas y de gobiernos priistas y panistas que se han lavado las manos en el caso de más de 300 mujeres violadas, asesinadas de manera brutal, y abandonadas en el desierto de esa gran ignominia que es Ciudad Juárez”.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home